sábado, 27 de octubre de 2012

HIJOSDELAGRAN

Decía Camilo José Cela que el mundo se divide entre hijosdelagran -así todo junto- y amigos. En cierta ocasión uno de los comensales que estaba en su casa, en una de esas cenas que organizaba en la Bonanova, le preguntó: ¿Y yo señor Cela, en qué categoría de las dos estoy? Cela, imperturbable, le contestó: Usted está en observación.

Desgraciadamente para mí, en esta vida que me ha tocado vivir, he conocido a más de los primeros que al grupo de los segundos. Será cosa de la mala suerte, que uno nunca sabe; pero a ciencia cierta que lo que afirmo es la verdad.

Detrás de las máscaras que casi todos llevamos, unos más tiempo durante el día que otros, se esconden verdaderos monstruos. Y no me refiero a que son feos, sino a que maquillan toda una serie de aberraciones y pecados que para sí quisiera más de un discípulo de Lucifer. Me refiero al Lucifer clásico, claro, el que nos ha pintado la historia, porque estoy seguro que el auténtico es la mar de majo y muy valiente. A ver si no quién se atreve a desafiar a Dios y no morir en el intento.

Pues bien, esos hijosdelagran engañan no sólo a sus más allegados, sino incluso hasta a sí mismos, por lo que no es de extrañar que se sientan muy contentos con su forma de ser, que creen que es la correcta a fuerza de insistir, y de lo más acorde con los tiempos que corren. Poseen todos los defectos escritos y por haber: son psicópatas disfrazados atrapados en la telaraña de un egocentrismo que se retroalimenta de su propio egoísmo.

Desprecian olímpicamente e ignoran las virtudes más elementales que sustentan la verdadera esencia de lo humano. Para ellos la belleza no nace del espíritu, sino que la ven en el espejo de la vanidad en el que se miran de soslayo, por si acaso; la misericordia y la piedad, así como el altruismo, son debilidades que erradicaron ya de niños, y la mentira el único camino que saben recorrer, no vaya a ser que acaben precipitados por el barranco de lo inapropiado.

Aunque vean que te estás muriendo ellos mirarán hacia otra parte. Primero para asegurarse de que nadie los ve y poder seguir con su farsa, y segundo porque no soportarían que les asaltara un atisbo de lucidez o decencia en un descuido, esa temida chispa que les encendiera en sus perversos pensamientos la certeza de que no son más que eso: unos hijosdelagran redomados.

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