martes, 7 de abril de 2009

LA PROCESIÓN DE LOS ENCAPUCHADOS


Huidos todos de mis pensamientos, y al revés, crucificado me veo en el olvido más desolador. El silencio, el suyo también, me ha clavado en la más pesada de las cruces, y los pasos de Semana Santa certificarán en breve mi calvario. Las peladillas que antaño se antojaban regalos ansiados serán ahora como piedras, las mismas que marcan a la fuerza el compás de este corazón que ya no quiere latir más, y el redoble del tambor anunciará mi muerte prematura.
En los lugares de trabajo donde debería estar por derecho hay ahora fantasmas que supusieron susurrar no a destiempo sus prometidas prebendas, y en los bancos ninguna nómina lleva mi nombre. Se han cerrado las cortinas en el teatro de la vida. Sólo quedan los rescoldos de algunos aplausos, que no son ya ni el recuerdo del clamor de un sonido antiguo de loa, y el parpadeo fugaz de una llama que sólo alumbra a quienes quiero y sufren por mí.
El reloj de arena no quiere dar otra vez la vuelta. Los compases de espera se han hecho demasiado largos, y los grumos no dejan caer ya apenas un sólo grano en el interior de ese tubo de vidrio que imagino es mi agonía.
Y como paradoja esto no lo lee nadie, aunque bien pensado es el mejor reflejo de todo lo expuesto, como si fuera un espejo en el que sólo cabe la mirada de él mismo, repetido hasta la infinitud en un largo pasillo sin principio ni final.
El éxito es la habilidad de ir de fracaso en fracaso sin perder entusiasmo.

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