sábado, 14 de marzo de 2009

LA SOLEDAD DEL JUGADOR

El black jack, la ruleta, los dados, son fronteras imaginarias cruzándose en medio de la desesperación y el ansia. Entre el rojo y el negro y los números fluye la adrenalina, y un atisbo de muerte prematura. La bola girando es una bala, los naipes cuchillos, y las fichas una apuesta por la eternidad. No importa lo que ganes o lo que pierdas, lo único que vale es que estás en el otro lado, en un rincón exclusivo. En una sala de juego está exprimida la desesperación del hombre, chorrea por todas partes, en cada rincón, en cada opción, y parece que se estuviera escupiendo todo el asco del mundo. El auténtico jugador es en cierta medida un suicida a plazos, un héroe al que no le importa perder hasta el alma, un cruzado que desafía en cada envite al miedo buscando la herida de una quimera. A veces contempla cómo éste huye arrastrado por las fichas, aunque siempre vuelve a retarlo, esperando metérselo en el bolsillo; otras escucha la mejor sintonía jamás escrita: la del crupier cantando el número elegido. Es un himno que niega todo lo escrito, cambiando el destino amargo de ese sueño fugaz que es la vida. Al final, siempre se pierde.

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