domingo, 8 de marzo de 2009

DE MÚSICAS Y MAREAS


De males, pesadillas, y anhelos, están llenos los libros; y mucho más los bares nocturnos de la urbe.
Si las notas de una bella melodía están plenas de las reminiscencias de un océano espiritual en bruto, las palabras sólo pueden hablarnos de ellos de soslayo, como si fueran ecos extraños, los mismos que señalan un rumbo cualquiera a seguir. Ahora flotan en las canciones al piano que emanan de los dedos del músico esta noche, en que estoy sentado en la barra con los ojos entreabiertos y las manos esperando ser asidas, o conducidas por una batuta invisible hacia el son que me llevara de vuelta, o hacia el trepidante ritmo que me hunde igual que si fuera un barco sumergiéndose en la lejanía con sus luces apagándose a medida que le vence la marea. Quedan entonces en el aire los últimos destellos de los camarotes vislumbrándose desde la bahía. Y puedo soñar que una vez hubo en su interior velas titilando a merced de las olas, y candelabros que las sostienen yendo y viniendo sobre mesas de caoba, y alfombras persas que huelen a jazmín, y a deseo.
Pasan las horas, y se deslizan entre cada una de ellas los sones y los pasos, y el ruido de vasos y mesas va evaporándose, fluyendo hacia el interior de la soledad del bar, allí donde late el corazón que siempre espera otra oportunidad, otra música, otra triste canción que desea que nunca llegue su nota final.
Me subo la solapa del abrigo y dejo atrás el rumor que decrece, y ante mí se abre la boca de la ciudad como si exhalara todo su hastío, o simplemente bostezara cansada por esa historia que todos escribimos sin música ni letras, impresa en una eternidad de frecuencias que han perdido su nombre en la infinitud del tiempo.

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